Su mejor historia, de Lone Scherfig


 Lección de cine (strictu sensu)

Ya lo he dicho alguna que otra vez: me causa una sensación extraña entrar en un cine grande como el Navas, de los de antes y que la película la proyecten para media docena de personas. En la puerta, una señora rusa se encarga de vender las entradas desde detrá del mostrador de las palomitas. Ya ha desaparecido la taquilla. Dentro, con el cine vacío, tengo la sensación de estar en casa ante una inmensa patalla de televisor con excelente equipo de sonido, pero sin el latir común que suponía una proyección antaño. Y en este caso es doblemente una pena. ¡Cómo son los de la BBC! A ellos corresponde la producción de Su mejor historia, dirigida por Lone Scherfig, guionista y también directora danesa, de quien vi Italiano para principiantes (2000), encantadora comedia, lejos ya de sus principios "dogmáticos" y más tarde la amarga An Education (2009). No es superfluo subrayar aquí que quien ha dirigido la cinta es una mujer, apoyándose en la novela de Lissa  Evans, Their Finest Hour and a Half, puesto que su punto de vista incide en muchos de los temas que en ella se tratan.


Estamos en el Londres de la IIª Guerra Mundial durante los terribles bombardeos alemanes en la Batella de Inglaterra. Hay miedo, hay hambre, hay miseria. Una mujer pretende sobrevivir, junto con su pareja, mutilado de las Brigadas Internacionales y pintor, escribiendo guiones para una productora que depende del Ministerio de Información (¿Propaganda?) de la época. Desde los años treinta los nazis sabían del poder de las imágenes en movimiento en el imaginario colectivo, por eso Goebbels encargó a Leni Riefenstahl que preparara El triunfo de la voluntad (1935) para exaltar al pueblo alemán a raíz de la Olimpiadas. Los británicos son conscientes de que, dado el abultado número de personas que va a los cines, necesitan preparar una cinta que exalte los valores patrios para levantar la moral de los pobres ciudadanos de a pie, que defienda la actitud heroica de un soldado en la recogida de compañeros tras el desastre de Dunquerque. Y aquí es donde se pone en marcha una clase práctica de cómo levantar un guión cinematográfico. Ella, peor pagada por mujer, aunque haga el mismo trabajo que los varones, y sus dos compañeros, van estructurando el punto de partida de la historia, su clímax y su desenlace. Luego habrá que rellenar los huecos (un perro perdido, una red atascada en la hélice, un aviador estadounidense, dado que hay que implicar también a los del otro lado del Atlántico, que no quieren entrar en la guerra europea), a veces al mismo tiempo que se ha empezado a rodar. Como dice Tom, el otro escribidor, el cine es como la vida, pero sin los momentos aburridos. Y así vamos viendo el modo en que por la insistencia de ella y por las circunstancias del rodaje, el papel de las mujeres en el filme va siendo cada vez más importante. Ello no es más que el reflejo del que ellas empezaron a ejercer en el sistema productivo de la época, cuando los varones habían sido llamados filas y ellas conducían autobuses, ocupaban la fábricas masivamente y algunos despachos. Muchos temían que, acabado el conflicto, ellas no quisieran volver "al hogar", com así acabó siendo. Siempre, al menos desde La noche americana de F. Truffaut, me ha gustado ver el cine dentro del cine. Para la época, como no podía ser de otro modo, los efectos especiales eran totalmente naïves y ahora pueden producir casi risa, pero una vez añadido el sonido y el color, la peli acababa por hacer llorar a toda la platea. Divertida la manera en que se puede falsear una escena gracias al doblaje, algo en lo que la censura franquista fue maestra. 


Gemma Arterton
está conmovedora en el papel de alguien que tiene que aprender a no dejarse derrotar por las adversidadesde que la vida presenta, pues eso sería dejar que la muerte ganara la partida. Sam Claflin, a quien no hubiera descubierto entre los piratas del Caribe, hace aquí ejercicio de contención expresiva en su progresivo enamoramiento. Y el que se los lleva a todos de calle es Bill Nighy, inolvidable desde su papelito en Love Actually (2003), de esos actores de la cantera teatral británica que son capaces de aparecer en calzoncillos o ser un dechado de elegancia, como en la serie del Hotel Marigold, que ya no se te despinta cuando vuelve a aparecer en Pride y que aquí reivindica la vieja escuela, la experiencia como base de un trabajo que desde fuera puede parecer fácil, pero que basta acercarse a él para ver de sus dificultades (sé de lo que hablo, de mi época de trabjo teatral con adolescentes) y quien además trasmite una lección de vida al final de la cinta. La maestría con la que canta la canción en el pub es extraordinaria. Por no hablar del impagable J. Irons en un cameo intenso. La fotografía, tan oscura como la época, la puesta en escena, atentísima a los detalles, la banda sonora, la exquisita producción, todo eso que hace a una peli creíble desde el minuto uno. 


Atención al plano final, donde la desolación aparente encierra un momento de máxima creatividad, la del escritor/a ante el folio en blanco, ese momento mágico y angustioso en el que todo es posible. Escapad al calor. En el cine se está fesquito. Merece la pena.

José Manuel Mora



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