La historia siguiente, de Cees Nooteboom

 Fuera de lo habitual.

Como es mi costumbre, fácilmente rastreable a lo largo del blog, últimamente suelo llevar de viaje en mi lector electrónico un libro de un autor del país que me propongo visitar. Este verano tocaba Holanda, lo que me daba la excusa para acercarme a un autor del que no había leído nada y que además había sido galardonado en su momento con el Nobel (he de confesar que no siempre el premio me lleva a interesarme por el premiado, pues sé de sobra que las razones del mismo son muchas veces algo ajenas a los méritos literarios): NOOTEBOOM, CEES. La historia siguiente. ISBN 9789875664142 (Como suele suceder con los libros electrónicos que me llegan de los amigos, no cuento con datos relativos a la editorial ni a la ciudad en que se publicó, aunque una fácil búsqueda me dice que apareció en Madrid, bajo el sello de Siruela en 1992. Llego por tanto con algo de retraso, como me pasa muchas veces) 


La narración arranca de un modo sorprendente, o cuando menos, poco habitual: un profesor de latín que vive en Ámsterdam se despierta de repente en Lisboa con la sensación de estar muerto allá, pero con la intuición de haber estado ya donde se halla en ese momento, un hotelucho en el Barrio Alto. Ese inicio me trajo a la mente algo que leí hace ya mucho tiempo, El año de la muerte de Ricardo Reis, mi descubrimiento de la narrativa  de Saramago. No sé si es un eco buscado o una influencia inconsciente. Hay descripciones de la ciudad de Lisboa que son magníficas: " Toda esta ciudad es despedida. Borde de Europa, última orilla del primer mundo, allí donde el enfermizo continente se hunde despacio en el mar y se derrama hacia la gran niebla a la que se parece hoy el océano" (pág. 32), o bien: "El río: el ancho  y arcano camino de oscuridad allí abajo, sobre el que las pequeñas luces móviles trazaban sus huellas; escritura, letras relucientes sobre una negra pizarra (pág. 38),  no en balde, además de gran hispanista, es un amante de todo lo portugués, como muestra esta forma de ver el idioma de nuestros vecinos "Los lisboetas hablaban unos con otros en un latín velado y largamente estirado que en mi opinión tenía que ver con el agua, el agua de las lágrimas y el agua de los mares del mundo" (pág. 24): Y quien ha estado en Belem sabe de lo que el escritor habla.


El caso es que todo el libro bascula entre dos momentos del pasado asociados a dos mujeres de las que estuvo enamorado, una brasileira  profesora de biología, y una alumna de su instituto. Esos "antes" se intercalan en un presente lisboeta que deriva en un viaje casi fantasmagórico a través del Atlántico hasta adentrarse en el Amazonas brasileño, al tiempo que quienes se han embarcado en él van disolviéndose en medio de la luz o de la falta de ella tras contar cada uno su historia; de ahí, creo, el título. Aunque esta brevísima sinopsis (como suelo hacer siempre) no apunta en realidad hacia donde le interesa al autor, a una reflexión sobre la propia escritura por un lado y de su imposibilidad: "Todo lo que colgaba a mi alrededor era un abanico de palabras impotentes que querían nombrar otra vez los colores de su cabello, una rivalidad entre el bermellón, castaño, rojo sanguíneo, rojo rosado, herrumbre, y ni tan siquiera uno de estos colores era su color" (pág. 40). Se vale para ello de la ironía al retratar al narrador que, de experto profesor de lenguas muertas ha pasado a ser redactor de guías de viajes que a él mismo le parecen insulsas por estereotipadas, aunque se vendan bien. Otra de sus preocupaciones presentes a lo largo del libro se centra en el tiempo  y en la imposibilidad de asirlo, de medirlo, de saber qué hacer con él: "El tiempo es un enigma, un fenómeno licencioso y desmedido que se niega a dejarse conocer y en el que nosotros hemos introducido un orden aparente desde la impotencia" (pág. 25), de ahí que cuetione el término "¿ahora?". Y se ría de quienes cuentan una historia cronológicamente "Eso también puedo hacerlo yo [...] hacer balance de de mi vida [...] lograr que el tiempo pasado venga a mí como un perro dócil" (pág. 27).


Nooteboom (La Haya, 1933), tal vez arrastrado por la natural preocupación que el cumplir años conlleva, se siente inquieto a través de su protagonista en cuanto al hecho incontrovertible de la muerte.Y el profesor elige la figura de Sócrates para ilustrar a su alumnado sobre la actitud adecuada ante el momento final: ""Enhebraba una prueba tras otra sobre la inmortalidad del alma, pero bajo todos esos agudos razonamientos vislumbraba la caverna de la muerte, la ausencia del alma" (pág. 55). Sin embargo no parece haber demasiada angustia ante esa constatación, sino aceptación tranquila: "Una vez la materia de la que uno consta había ofrecido alojamiento a un alma que se me parecía; ahora [se sobreentiende, una vez muerto, y la cursiva es mía] mi materia tenía otras obligaciones" (pág. 73).


Así pues nos hallamos ante una novela fuera de lo habitual por cuanto no parece su autor muy preocupado en el decurso presentación, nudo, desenlace; ni por que sus personajes sean de extraordinaria hondura (el profesor queda distanciado por la ironía con la que lo presenta y las dos mujeres, como seres a los que no se puede llegar de verdad a conocer ni seguramente a entender); combina lo narrativo con la reflexión cuasi filosófica y con las referencias a la mitología grecolatina que tanto el escritor como su personaje parecen conocer bien. Es una novela poco cerrada, lo que posibilita su interpretación, o como se dice ahora, "diferentes lecturas". Para el autor "la historia inventada es más atractiva que el soso terror de los hechos", con lo que se separa del realismo al uso. Libro pues para quien quiera navegar por derroteros poco frecuentes en la literatura contemporánea. Tal vez ésa sea una de las razones del premio sueco.

José Manuel Mora.

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