Memorias de un europeo, de S. Zweig

  El horror de los expatriados.

Sin proponérmelo, al azar de los libros que me eligen, me regalan o que elijo, parece que pretendiera hacerme un especialista del mundo centroeuropeo de entreguerras (me refiero, claro, al pasado s. XX). Véase, si no, la lista de los que van en esta etiqueta en estos dos últimos años. Y cada uno que añado supone una vuelta de tuerca en el conocimiento de ese periodo histórico, en la medida en que cada uno de ellos lo muestra desde una perspectiva diferente: la esperpéntica de Hasek, la decadente de Proust, la expresionista de Döblin, la totalizadora de Grossman...

Dejo aquí este antiguo mapa del Imperio Austro-Húngaro ( y no quiero competir con Berlanga) para mejor hacerse idea de los cambios operados en la zona con la llegada de la Iª Guerra Mundial y del mundo en el que nace el autor del libro que paso a comentar. Y añado este otro de 1900 para que se vea cómo, para su confeccionador, la amenaza estaba entonces en la Rusia zarista.

ZWEIG, Stefan. El mundo de ayer (Memorias de un europeo). Barcelona: El Acantilado, 2001. Trad. de Fontcuberta y Orzeszek. Como se ve, he preferido para el título de la entrada, el que es el subtítulo del libro. Luego explicaré el porqué. 



Zweig nació en Viena en 1881. En la foto que sigue, el que está de pie indica el mundo al que pertenecía y ayuda a imaginar el camino recorrido desde su juventud hasta su madurez. La obra la escribió en 1941, en plena IIª Guerra Mundial.



 Navegando por la red he encontrado esta postal que, más amable y menos formal, también ayuda a representar ese cogollito centroeuropeo, de habla alemana, que parecía entregado, desde la perspectiva de su clase social, al cultivo de las bellas artes: poesía, música, ópera, cafés...No nos muestra conflicto social alguno y nada sabemos de las clases populares, tan sólo las potentes familias, judías o no (en ese momento todavía no tenía importancia la distinción), que ocupaban el centro del "anillo", la Ringstrasse. Los primeros capítulos, introducidos por el epígrafe "El mundo de la seguridad", dan buena muestra de cuál era el ambiente que se respiraba. Lo complementan los dedicados a la escuela (autoridad indiscutida del profesorado, que no auctoritas), al erotismo (dominado por la moral de lo que no se debe hablar, del ocultamiento, de los corsés, reales y metafóricos), a la Universidad (lo de menos era el aprendizaje, lo de más, la posibilidad de salir a estudiar fuera de casa: Berlín, 1900; París, 1904; Londres, Milán, España, Bélgica, EE.UU; viajes que se hacían, incomprensiblemente para nosotros ahora, sin visados ni pasaportes). Son páginas impagables. He de añadir que probablemente embellecidas por la nostalgia de la juventud ida, desde la perspectiva de los 60 años (¡cómo puedo entenderlo!). Todo este periplo, además de ser políglota (el alemán austriaco, el italiano de su madre, el francés de la escuela, el inglés de sus viajes), lo lleva a sentirse europeo avant la lettre y a conocer a los más grandes de su época en cualquiera de los campos de la cultura: R. Strauss, que musicó uno de sus poemas primerizos, R.M. Rilke, a pesar de su extraordinaria timidez, H. Hesse, a quien invitó a viajar con él por España, el escultor A. Rodin en cuyo estudio estuvo, a P. Valéry, a R. Rolland, a quien tanto admiró por ser luchador antibelicista, a W. B. Yeats... para qué seguir.
Y en medio de un verano en Salzburgo, donde se había establecido, cuando nadie parecía intuir nada, se produce el asesinato en Sarajevo y comienza el primer gran desastre para los europeos, para su cultura, para su sentir común. Con la guerra llega el momento de tomar partido y quien no lo hace es visto con recelo por unos y otros. No se incorporó a filas y sirvió desde un archivo. La diferencia con el segundo conflicto bélico era, para él, que la gente, tras medio siglo sin enfrentamientos, fue a la degollina con conciencia de héroes. Un viaje a la Galitzia en pleno campo de batalla, sirvió para aproximarlo al horror de muertos, heridos y destrucción. De hecho Zweig tuvo que exilarse a Zurich, en la Suiza neutral, donde se representó su Jeremías, que no hubiera podido subir a un escenario ni en Austria ni en Alemania.

 
En Zurich conoció a J. Joyce, quien le dijo ""Quisiera una lengua que estuviera por encima de las lenguas". Otro que quería estar por encima de los nacionalismos que habían desencadenado la tragedia. Al tiempo que en Rusia se había producido la Revolución de octubre en 1917, con la entrada de EE.UU. se precipitó el final de la guerra y la derrota de Alemania. Eso le permitió volver a Austria, convertida ahora en una pequeña república en el corazón de Europa, creada artificialmente por los vencedores. Se inicia entonces el primer asalto de la inflación, que empobreció a la población y sólo enriqueció a los acaparadores y estraperlistas. La seguridad de antaño había desaparecido y la fe en los dirigentes también. En 1923 un billón de marcos se cambiaba por un marco nuevo.


En su primera salida a Venecia oye por vez primera la palabra "fascista" y ve a los camisas negras perfectamente organizados dar una paliza a un grupo de obreros. Todavía no sabía que lo volvería a ver años más tarde pero con el color pardo en la vestimenta. Al mismo tiempo, y en la década de los años veinte, el éxito de su producción ensayística, novelística, dramática, va en aumento; se le traduce a todos los idiomas cultos. En 1928 lo invitan al centenario del nacimiento de Tolstoi, en Moscú, adonde todo el mundo quería viajar para conocer la nueva sociedad y donde traba amistad con M. Gorki.


El segundo asalto inflacionista se produce en Alemania y con él el descontento, el paro, la crisis (sí, ya sé que parece que esté hablando de hoy en día) y los desórdenes. Y tal como decía Goethe, "prefiero una injusticia a un desorden", los alemanes prefirieron el horror del nacional-socialismo antes que el desbarajuste en que se hallaba su sociedad. Con la ascensión de Hitler se acaba la República de Weimar y la gente parece dispuesta a tomarse la revancha de la guerra pasada. Los industriales que producen armamento, los pequeñoburgueses que ven peligrar su estabilidad ante la presión de los comunistas, los estudiantes adiestrados por los militares...todo llevó en volandas a Hitler hasta la cima de la popularidad. Pero Zweig y tantos otros supieron intuir el monstruo y al nacionalismo desatado se añadió la defensa de la pureza de sangre, y con ella la persecución de los judíos, que hasta ese momento eran simplemente alemanes, austriacos, checos, o franceses, antes que judíos. 

Y así, y por el solo hecho de serlo, a partir de 1933, época de quema pública de libros por parte de los jóvenes de la S.A., Zweig ve prohibidos los suyos en Alemania, al igual que lo serían los de T. Mann, y también los de S. Freud y Einstein. Un registro de su casa de Salzburgo en 1934 por parte de la policía, lo anima a su salida definitiva de Austria. Se inicia así su última etapa, la de exiliado, la de apátrida.


Desde Londres primero ve cómo Hitler se anexiona su pequeño y querido país, luego, tras el silencio de las potencias europeas, Checoslovaquia y por último reclama Danzing, en la frontera con Polonia, lo que hace que Inglaterra declare la guerra y se desate el horror de nuevo. América otra vez, Argentina, Brasil, donde acabado su libro de memorias en 1941, se suicida junto a su segunda esposa en 1942, sin tiempo para ver cómo hacía otro tanto el monstruo dentro del búnker berlinés para no aceptar la derrota.
Ya sé que no es ésta una reseña al uso, sino más bien una apretada sinopsis de las 546 páginas de "limpia y apretada prosa", esta vez sí, sin ironía; "me irrita lo prolijo, lo ampuloso y todo lo vago y exaltado" (pág. 402), dice, a lo que se añade su "aversión a todo lo difuso y pesado" que preside la construcción de sus frases, lo que lo hace muy legible. Y hay algo en este escritor que me lo hace más admirable y cercano y es que, a pesar de haber estado en el centro de todos los acontecimientos señeros de su época, de haber conocido a tanta gente importante, de haber alcanzado un éxito extraordinario, en ningún momento pierde sencillez y queda como mero testigo de lo narrado.
Quienes disfruten con la Historia, quienes quieran gozar de buena literatura, que se acerquen a las memorias de un adelantado a su época, al corazón de un europeo que odiaba las fronteras y los nacionalismos sobre todas la cosas.

José Manuel Mora.






Comentarios

Fran ha dicho que…
Genial reseña!! Me has convencido para comprarlo y leerlo. Además me vendrá bien para mi próximo periplo por tierras de Europa y más allá!! XD

Saluts!!